En
el colegio siempre hemos tenido a algún compañero en clase que de mayor quería
ser astronauta. Una profesión que parece divertida, como un simple viaje que
todos hemos hecho alguna vez al pueblo de nuestros abuelos. Ese pueblo que está
en la otra punta de España y, que a pesar de tener que hacer más de seis o
siete horas en coche, viajas contento sabiendo que lo que te espera al llegar a
tu destino compensa. Más o menos esto ocurre con los astronautas, a diferencia
de que estos pueden morir en su viaje y sin llegar a ver aquello que tanto
deseaban: el universo.
Ser
astronauta es muy bonito, puesto que tienes la oportunidad de conocer todo el universo
que nos rodea, pero a la vez, también es muy duro y arriesgado. Por ello, aquel
que quiere ser astronauta debe tener en cuenta una serie de factores y peligros
con los que se puede encontrar en el espacio.
En
primer lugar, la radiación de los rayos del sol es muy peligrosa ya que nos
puede quemar muy fácil y rápidamente. También son muy peligrosos los proyectiles
que vuelan alrededor del planeta, capaces de atravesar las naves dejando salir
el oxígeno del interior y llegando a un final fatal y no deseado para los que
se encuentran en su interior.
Además,
al estar en el espacio donde no hay fuerza de gravedad, es nuestro propio
organismo el afectado, lo primero que se pierde es el sentido de la
orientación, también son constantes los mareos, la pérdida de masa muscular y
ósea, y por último, se llega a un desajuste alimentario. Por estas razones,
aquellos que se preparan para esta profesión deben entrenar y prepararse
durante muchas horas.
En
relación a las naves, todavía son muy lentas con respecto a la velocidad de la
luz (300.000km/seg). Actualmente el vehículo más rápido recorre 64.000km/seg.
Para conducir por la carretera de la A Coruña nos parece una barbaridad, pero
para las dimensiones del universo son números muy pequeños, ya que con esta
nave tardaríamos unos 50.000 años en llegar a la estrella más cercana a
nosotros.
A
día de hoy, los científicos están trabajando con el taquión una masa imaginaria
que tiene como mínimo la velocidad de la luz, es decir, que es más rápido. Este
podría ser un gran avance para la humanidad y, como no, para que aquellos
pequeños que deseen con todas sus fuerzas conocer el universo lo hagan, y sin
tener que envejecer en el camino antes de llegar al destino.